Un cazador se adentra en el bosque para cazar un oso.
Lleva consigo su fiel rifle del calibre 22.
Al cabo de un rato, divisa un oso muy grande, apunta y dispara.
Cuando el humo se disipa, el oso ha desaparecido.
Poco después, el oso le toca el hombro al cazador y le dice: “Nadie me dispara y se sale con la suya.
Tienes dos opciones: puedo arrancarte la garganta y comerte, o puedes bajarte los pantalones, inclinarte hacia delante, y yo lo disfrutaré a mi manera”.
El cazador decide que cualquier cosa es mejor que la muerte, se baja los pantalones y se inclina, y el oso hace lo que dijo que haría.
Cuando el oso se va, el cazador se sube los pantalones y vuelve tambaleándose al pueblo.
Estaba furioso. Compra un arma mucho más grande y vuelve al bosque.
Ve al mismo oso, apunta y dispara. Cuando el humo se disipa, el oso ha desaparecido.
Poco después, el oso le toca el hombro al cazador y le dice: “Ya sabes lo que tienes que hacer”.
Entonces el cazador se sube los pantalones, se arrastra hasta la ciudad y compra un bazooka.
Ahora sí que está enfadado. Vuelve al bosque, ve al oso, apunta y dispara.
La fuerza de la explosión del bazooka le hace caer de espaldas.
Cuando el humo se disipa, el oso se para sobre él y le dice,
“No lo haces por la caza, ¿verdad?”.