Un anciano poseía una gran granja en Luisiana desde hacía muchos años.
Justo en la parte trasera de la granja había un gran estanque ideal para nadar.
El viejo granjero lo había ajardinado muy bien, con mesas de picnic, parcelas de herradura y manzanos y melocotoneros.
Una tarde, el granjero decidió bajar al estanque a visitarlo, ya que hacía tiempo que no pasaba por allí.
Antes de marcharse, coge un cubo de cinco galones, ya que ha decidido traerse algo de fruta.
Al acercarse al estanque, oye voces que gritan y ríen de alegría. Está claro que alguien se lo está pasando bien.
Al acercarse, el granjero ve a un grupo de mujeres jóvenes bañándose en su estanque.
Les avisa de su presencia e inmediatamente todas nadan hacia el fondo.
Una de las mujeres grita: “¡No saldremos hasta que se vaya, señor!
El granjero responde: “Señoras, no he venido aquí para verlas nadar desnudas ni para sacarlas del estanque…”.
El astuto anciano levanta entonces su cubo y dice:
“Sólo he venido a dar de comer a los caimanes…